Se despertó de pronto sintiendo su piel contra la de ella. Le había llegado el frescor de sus mejillas y el roce frío de sus pequeñas manos. Aún con los ojos entrecerrados, vio los reflejos dorados de su rizado cabello. Respiró su perfume de eterno jazmín blanco y suspiró. Y, al sentir un suave beso con sabor a fresa en los labios, se quedó congelado. Abrió los ojos a la velocidad de la luz y miró atentamente el lado vacío de la cama de matrimonio y, tras ello, toda la habitación. Había vuelto a sentirla. Pero, esta vez, estaba casi del todo seguro de que no había sido su imaginación, si no que ella había estado realmente allí, con él.
Fidel pensó detenidamente en todo lo que había sentido antes y se fue dando cuenta poco a poco de los factores que habían incitado aquella ilusión: una brisca fresca y mañanera era la que le había acariciado; los rayos del Sol que entraban por el ventanal los que habían hecho las veces de su pelo; el olor a jazmín provenía del árbol que había plantado el mismo día del entierro de su amada. Pero el beso… El beso no había forma de explicarlo. Y, sin embargo, él lo había sentido como real. ¿Habría sido su imaginación?
De repente algo se movió en el tocador de María. Fidel se levantó con toda la rapidez que su avanzada edad le permitía y se acercó. Una carta envejecida escrita del puño y letra de su mujer estaba allí. La noche anterior no había nada encima de la mesa, a excepción del escaso maquillaje que ella usaba, su peine y su cajita de música, aquella que tenía una preciosa bailarina que se ponía a danzar al son de la melodía cuando abrías la tapa. Había sido el primer regalo que la hizo, para el aniversario de su primer mes de novios. Cogió la carta y, lentamente, la abrió. Solo ponía un par de letras, pero éstas le llegaron al corazón a más velocidad que una bala certera. Con bella caligrafía y letras mayúsculas de gran tamaño se podía leer:
“TE AMO, TE HE AMADO Y TE AMARÉ POR SIEMPRE JAMÁS.
NI SIQUIERA PIENSES AUNQUE SOLO SEA DURANTE UN INSTANTE QUE, POR ESTAR LEJOS DE TI, VOY A OLVIDARTE.
SIEMPRE SERÁS MI ALMA, MI VIDA Y MI CORAZÓN.
TE QUIERO MÁS QUE A NADA”
ETERNAMENTE.
TU MARÍA.
Millones de lágrimas adornaron el rostro de Fidel. Volvió a sentir un beso tierno con sabor a fresa en sus labios y una frágil mano acariciando su cara. Entre hipidos susurró: “Yo también te amo, vida mía. Espérame allá donde estés. Iré a tu encuentro en el momento oportuno...” Y el viento se llevó consigo millones de “Te amo” dirigidos a María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario