Sé que no fue casual. Tenía que ocurrir. Estaba destinado a ello.
Fue hace algo más de siete meses. Aquel día me levanté desanimado, sin ganas de nada y mucho menos de salir a la calle. Pero mi madre aporreó la puerta de mi cuarto y me dijo a voz en grito: “¡Ángel, llevas una semana sin que te dé el aire, todo el día con las maquinitas! Hoy sales sí o sí, por lo menos a hacerme unos recados. Así que levántate ya si no quieres que venga con un cubo de agua fría. Te doy diez minutos.”
¡Bendita madre! Me levanté corriendo. Lógico, con el frío de enero y la nevada que acababa de caer esa noche, ¡cualquiera se queda en la cama a esperar un cubo de agua! ¡Já, ni loco! Antes salir a la congelada ciudad que quedarse en casa y coger una pulmonía.
Por lo que me vestí corriendo, hice mi cama (si no seguro que iba a tener otra regañina de mi madre) y fui a desayunar. Tras ello, mi madre me dio una lista con los recados que tenía que hacer y las cosas que tenía que comprar, además del dinero que me haría falta.
Me puse el abrigo y salí.
Una bofetada de aire gélido me saludó nada más abrir la puerta del portal. “Por esto no quería salir a la calle.” Pensé inconscientemente mientras cerraba la puerta tras de mí. Bajé el escalón del portal y eché a andar hacia la tienda más lejana, ya que si iba primero a las que estaban más lejos luego, aunque tendría que cargar casi con el mismo peso, no tendría que dar tantas vueltas. Además, si pesara mucho podría subir a casa a dejar parte de la compra y luego ir a las tiendas del barrio que me faltaran.
Cogí el autobús 037 dirección al barrio Destino. Fui contando las paradas a la vez que miraba el paisaje, tenía que bajarme en la séptima. Bajé y me quedé mirando durante unos segundos como el autobús se ponía en marcha y se alejaba calle abajo. Comencé a andar y entré en varias tiendas en las que mi madre tenía cosas encargadas o en las que tenía que comprar algo. Dejé para lo último el encargo de un libro, ya que adoraba las librerías y las bibliotecas, y así, a la vez que lo recogía, podría pararme un poco a mirar algunos libros. El lugar del encargo resultó ser una librería pequeña con aspecto acogedor. Al entrar en ella sonó el dulce y agudo titileo de una campanilla.
- ¡Buenos días, señorito! ¿Desea algo? – Me dijo una mujer, de unos cuarenta y pico años, que estaba situada detrás del mostrador.
- Buenos días. Sí, mi madre llamó por teléfono hace un par de días para encargar un libro, y ustedes nos han llamado hoy para decirnos que ya lo tenían…
- ¡Ah, claro! Ya me acuerdo. Un segundo por favor, en unos momentos se lo traigo.
- De acuerdo, muchas gracias.
- Mientras voy a por él puedes sentarte o cotillear algún libro si lo deseas. Siéntete como en tu casa.
- Gracias, eso haré.
Me perdí felizmente entre las estanterías de libros mientras la amable mujer se encaminaba hacia el almacén, pero justo cuando iba a abrir la puerta entró un nuevo cliente y tuvo que dar la vuelta para ir a atenderle. A la vez que lo hacía gritó: “Carol, por favor, ¿puedes venir a ayudarme un momento?”
Una suave voz llegó desde el piso de arriba diciendo: “Claro mamá, ahora mismo bajo.”
Me quedé mirando deseoso de ver a la joven de la que provenía tan melodiosa voz. Al minuto apareció una muchacha de rizos color carbón, andar ágil, figura esbelta y ojos azul grisáceo. Sonreía y tarareaba alguna canción del IPOD que llevaba guardado en el bolsillo derecho de su pantalón vaquero.
- ¿En qué quieres que te ayude mamá?
- Ah, cariño. Es solo un momento. ¿Puedes ir al almacén a coger el libro que nos llegó ayer y que tenemos apartado por la reserva?
- Claro. ¿Solo eso? ¿No necesitas nada más?
- No, cielo, muchas gracias es solo eso.
Se fue al almacén y mientras andaba yo grabé cada uno de sus movimientos en mi memoria. Era como un ángel salido del cielo. No sé cómo no me desmayé.
Tras volver de la trastienda dejó el libro al lado de su madre, en el mostrador, y volvió a subir las escaleras medio bailando.
Me acerqué a su madre, mientras todavía miraba la puerta que se había cerrado tras ella, le pagué el libro y me fui. Creo que me deseó Feliz Navidad al irme pero, la verdad, no me enteré de nada. Estaba como extasiado.
Cuando terminé de hacer todos los recados (cosa que casi hice por inercia propia, ya que no me acuerdo de la gran mayoría) y subí a casa, me encerré en mi habitación. Encendí el ordenador y escribí un relato sobre ella. En los días siguientes me dediqué a intentar dibujarla, pero ninguno de los retratos que hice me parecían la mitad de perfectos que ella.
Tenía que volver a verla. Tenía que hablarla… Pero era casi imposible… De eso estaba seguro.
A la semana me decidí a volver a la librería e intentar hablar con ella. Pero fue imposible, me tiré allí un par de horas, pero ella no estaba.
En los siguientes meses lo seguí intentando, varias veces conseguí verla y hasta alguna vez cruzamos algún “Hola” rápido. Pero ella nunca se fijó en mí, creo que ni siquiera me miró alguna vez detenidamente. Siempre estaba detrás de libros, del mostrador, haciendo cosas o con mil clientes que atender.
Y cuando decidí que debía darme por rendido, me la encontré. No en la librería si no en una calle de su barrio. No me lo podía creer, era la oportunidad perfecta. Observé como miraba el móvil y que tras gritar varios “Mierdas” se ponía a darle con todas sus ganas a una pared. Me eché a reír sin querer, no sabía lo que le pasaba, pero estaba tan graciosa y a la vez tan adorable… Y ella, al escucharme, paró una patada en mitad del aire y me miró detenida y tímidamente. Se puso roja y soltó un “Uau” que no me esperaba para nada. Volví a reír y la sonreí con todas mis fuerzas. Me devolvió la sonrisa y fue entonces cuando me decidí a hablarla e invitarla a salir, cosa que había soñado desde ese pasado invierno….
El resto de esta historia es historia y, además, ya la conocéis, ¿verdad?
Interesante la forma de cruzar los dos relatos, contando el mismo hecho desde perspectivas distintas.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sergio. Por todo. Estás haciendo que me anime aún más a escribir y a seguir contando mis experiencias, ideas y sentimientos. Como siempre, me hace mucha ilusión tener noticias tuyas y saber que dedicas un ratito de tu tiempo para pasarte por éste, mi humilde blog.
ResponderEliminar¡Eres genial!
Con mucho cariño:
Tu hermana adoptiva. :)