Tacones para dar pasos que se oigan. Rizos color carbón que le llegan hasta la cintura ondean con el viento y al ritmo de sus pisadas. Pantalones cortos y una camisa negra.
¿Está enfadada? No lo sabe ni ella. Quizás es solo que Carol se ha levantado hoy con el pie izquierdo y los cables, más que cruzados, enmarañados.
Observa desafiante a todo aquel que se atreve a pasar por su lado y, hasta de vez en cuando, descarga miradas de odio a aquellos que osan quedarse mirándola.
“¿Qué le importará al mundo lo que me pase o me deje de pasar?”, no cesa de pensar enojada, “Es más, a los únicos que les importa es porque son unos cotillas o unos entrometidos.”
Es simple, cuando está con este humor no soporta a la gente, no aguanta ni a su sombra. Todo le da asco y desea hacerlo desaparecer.
Sigue andando con paso decidido. Al levantarse ha decidido ir a hacer unas compras, aunque no le apetece lo más mínimo. Llega al primer destino al que debía ir. Cerrado. “¿Cómo puede estar cerrado si el lunes?” Saca el móvil y mira la hora: las doce menos diez. “¡Tendría que estar abierto, es horario de verano!” Decide abrir el calendario de su móvil para mirar si hay alguna fiesta ese día y no lo había recordado… “¡Mierda, mierda, mierda! ¡Normal que esté cerrado, es domingo! ¡Seré idiota!”
Y, como es imaginable, su malhumor empeora y comienza a dar patadas contra una pared.
A mitad de una de ellas oye una risa cercana. Se para, dejando la pierna en el aire, a mitad de otra patada, y gira rápidamente la cabeza hacia el lugar de donde proviene la carcajada.
Unos ojos verdes y risueños la miran desde detrás de unas gafas de montura negra.
Solo se le ocurre decir “¡Uau!” y de aquella sonrisa tan maravillosa sale una risotada limpia. Tras ello baja a toda prisa la pierna que todavía sostenía en el aire, se pone totalmente recta y enfrente del hombre que tiene delante de ella. Nota como un rubor enorme corre por sus mejillas envolviendo toda su cara con un color rojizo.
Él la sigue mirando tranquila y alegremente como si lo que ella estaba haciendo hasta hacía un momento fuera lo más normal del mundo en una señorita de dieciocho años.
Carol logra sacar un “Hola” a media voz que consigue hacerla poner mucho más roja de lo que estaba antes.
- Hola - responde él - Soy Ángel. Lo que estabas haciendo parecía muy divertido. ¿Me permites hacerte compañía?
- ¿Qué? ¿Perdona? ¿Eso te ha parecido? ¿Divertido?
- Sí, ¿no lo era? La expresión de tu cara por lo menos sí me lo ha parecido…
- ¿Mi cara? Ah… Bueno, más que divertido es… Relajante…
- ¿Puedo probarlo pues? Creo que me hace bastante falta en estos momentos.
- Sí, claro, toda la pared es tuya.
- Muchas gracias, es usted muy amable señorita.- Sonríe de forma pícara y a la vez angelical, y, acto seguido se pone a arrearle fuertes golpes a la pared de cemento. Cuando da por finalizada su pequeña lucha, vuelve a mirar a Carol y le dice- Sí, es realmente relajante… Ahora, ¿te apetece que vayamos a hacer algo divertido los dos juntos? Sin esta pared a ser posible… - Guiña el ojo y la mira expectante.
- Jajajaja. ¡Eres increíble! Me encantaría. Sería todo un placer acompañarte, eso sí, echaré de menos a la pared…
- Me alegro pues. Sí, creo que yo también la echaré de menos… A propósito, ¿cómo te llamas? Todavía no me lo has dicho, ni siquiera te has presentado.
- Carol, soy Carol. –Contesta mientras le ofrece una gran sonrisa radiante. – Y, a decir verdad, me apetece mucho tomar un helado de chocolate… ¿Te apuntas?
- ¿Helado? ¡Claro! Además, ahora mismo nos viene genial a los dos porque entre el calor que hace y el ejercicio que hemos hecho, yo por lo menos, estoy seco.
- Cierto, yo también. ¿Vamos pues?
- Vamos. Iré a dónde tú me digas, a cualquier sitio al que me quieras llevar, todo con tal de estar contigo siempre a partir de ahora...
No hay comentarios:
Publicar un comentario