miércoles, 29 de junio de 2011

Amets

Me fui de casa en la flor de la juventud, tenía algo más de diecisiete años y muchos sueños que deseaba lograr cuanto antes. Ansiaba el mundo, la libertad, el amor, el desenfreno, la locura. Quería todo, todo y todo. Pero nunca me paré a pensar en las consecuencias, nunca medité en si, con todo ello, hallaría la verdadera felicidad que, en lo más hondo de mi corazón, estaba esperando.


Sin embargo, aunque busqué durante años, no encontré nada. Todo resultaba ser en vano, nada tenía sentido. Para colmo de mi desgracia, había perdido el contacto con todas las personas que de verdad me importaban, no porque ellos se separaran de mí o no quisieran volver a verme, no, fue todo por mi culpa: estaba tan ciego y tan perdido que no supe apreciar lo que realmente era importante.

Tras un tiempo en el vacío, en la pura rutina y en la completa lejanía de la felicidad me di cuenta de que yo no era así, que quería volver a ser como antes. Estaba claro, Los Ángeles me habían cambiado tanto para bien como para mal, pero estos siete años me habían hecho madurar poco a poco.

Entonces fue cuando deseé volver, no solo a mi casa, si no a mi vida de antes, a mis quehaceres, a mi familia, a mis amigos, a mi ciudad…

Me dio igual lo que los demás pensaran de mí por primera vez en la vida: quería volver a ser yo y no dejaría que nadie intentase impedírmelo. Recogí mis cosas y tomé el primer vuelo rumbo a Madrid, a mi hogar.

Estuve inquieto y nerviosísimo durante todo el vuelo y cuando llegué a mi portal me temblaban tanto las piernas que no sabía cómo mantenerme en pie sin caerme de bruces. Saqué las llaves pero, como suponía, la puerta de la casa de mis padres estaba cerrada y la cerradura era distinta desde hacía ya tiempo. Toqué al timbre y una vaga voz familiar salió a mi encuentro con un sonoro “¡Ya voy!”.

Un hombre de mediana edad, con gran parte del pelo cano y surcadas arrugas, abrió la puerta y me observó con atención. Tras unos breves instantes de vacilación rompió a llorar a la vez que susurraba: “Mi hijo… Es mi hijo… David… Ha vuelto…”

Al oír estas palabras una mujer se apresuró a la entrada con la mirada anhelante, colmada de miles de lágrimas por derramar, y una sonrisa que iba creciendo con cada paso que daba hacia mí. Se paró en seco durante unos segundos ante mi persona y, tras ello, se abalanzó a mis brazos dándome miles de besos y repitiéndome lo mucho que me quería.

Eran mis padres, ¡mis padres! ¡Cuánto les había echado de menos sin apenas darme cuenta de ello! ¿Cómo podía haber vivido, tan siquiera subsistido, sin ellos a mi lado? ¿Cómo fui capaz de irme de su lado sin despedirme decentemente? Y sobretodo, ¿por qué había tardado tanto en darme cuenta de ello y en volver?

No podía decir nada, no sabía como pedirles perdón ni cómo disculparme por todo lo que les había hecho pasar. Me decanté por abrazarles lo más fuerte que podía, demostrándoles así todo mi cariño, lo mucho que los había extrañado y miles de sentimientos que surgían en tropel a través de nuestras lágrimas. Miles de susurros y palabras de afecto llenaban el anterior y breve silencio, haciéndose eco en los besos de mi madre y en las pequeñas palmadas que mi padre daba en mi espalda…

Al rato me di cuenta de que me faltaba algo… Sí, sabía que hoy no podría ver a mis hermanas y hermanos porque ya estaban independizados y tenían sus propias casas y familias, pero me faltaba otra pieza muy importante en mi rompecabezas.

En aquel momento oí un débil ladrido a la par de jadeos y unas fuertes pisadas de cuatro veloces patas que corrían a nuestro encuentro. Solté a mis padres y me agaché mientras pronunciaba su nombre poniendo muchísimo amor en cada una de sus letras: “¡Amets!”

Mi querido golden retriever me olisqueó con énfasis. Nunca había visto a su cola moverse a una velocidad tan vertiginosa. Sus ojos centelleaban a la vez que me miraban de arriba abajo. Alcé una mano lentamente y la deposité sobre su cabeza, le acaricié suavemente y él tembló de felicidad. Comenzó a correr a mi alrededor, me lenguó por cada parte del cuerpo que vio descubierta, buscó mis manos con ahínco para que no pararan de darle aquellos mimos de los que le había privado durante esos largos años, me rogó con miles de ladridos que no me fuera de su lado nunca más, que no volviera a abandonarle como hasta entonces.

Amets me recordó, gracias a su nombre, que aunque me había ido muy lejos para perseguir mis mayores deseos no los había satisfecho, pero que mientras no me diera por vencido siempre podría hacerlos realidad.

Amets, siempre fue mi sueño más deseado. Ese que ansié desde muy pequeño y que conseguí cumplir, gracias a mi tesón y perseverancia, a los 13 años.

3 comentarios:

  1. De perritos iba la cosa ayer xD
    que precioso, me encanta *_*

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  2. Claro que sí Neii, es que después de los vídeos de perritos que estuvimos viendo era imposible no escribir algo relacionado con ello! :$

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