
Secretos nunca oídos por nadie antes se dedican a pasear despacio por mi mente durante horas, días, semanas, meses, años... Pero ahora han decido sincerarse y dejarse escribir. Si estás atento podrás escuchar que son ellos mismos los que te están hablando, los que te están leyendo lo que hay escrito más abajo. Quiérelos un poquito y no les hagas daño, que son frágiles y luego a mí me toca consolarlos por las noches cuando están soñando...
miércoles, 24 de agosto de 2011
¡Ánimo! :)
lunes, 15 de agosto de 2011
¡Abre los ojos!
jueves, 11 de agosto de 2011
La forma en que la conocí…
Sé que no fue casual. Tenía que ocurrir. Estaba destinado a ello.
Fue hace algo más de siete meses. Aquel día me levanté desanimado, sin ganas de nada y mucho menos de salir a la calle. Pero mi madre aporreó la puerta de mi cuarto y me dijo a voz en grito: “¡Ángel, llevas una semana sin que te dé el aire, todo el día con las maquinitas! Hoy sales sí o sí, por lo menos a hacerme unos recados. Así que levántate ya si no quieres que venga con un cubo de agua fría. Te doy diez minutos.”
¡Bendita madre! Me levanté corriendo. Lógico, con el frío de enero y la nevada que acababa de caer esa noche, ¡cualquiera se queda en la cama a esperar un cubo de agua! ¡Já, ni loco! Antes salir a la congelada ciudad que quedarse en casa y coger una pulmonía.
Por lo que me vestí corriendo, hice mi cama (si no seguro que iba a tener otra regañina de mi madre) y fui a desayunar. Tras ello, mi madre me dio una lista con los recados que tenía que hacer y las cosas que tenía que comprar, además del dinero que me haría falta.
Me puse el abrigo y salí.
Una bofetada de aire gélido me saludó nada más abrir la puerta del portal. “Por esto no quería salir a la calle.” Pensé inconscientemente mientras cerraba la puerta tras de mí. Bajé el escalón del portal y eché a andar hacia la tienda más lejana, ya que si iba primero a las que estaban más lejos luego, aunque tendría que cargar casi con el mismo peso, no tendría que dar tantas vueltas. Además, si pesara mucho podría subir a casa a dejar parte de la compra y luego ir a las tiendas del barrio que me faltaran.
Cogí el autobús 037 dirección al barrio Destino. Fui contando las paradas a la vez que miraba el paisaje, tenía que bajarme en la séptima. Bajé y me quedé mirando durante unos segundos como el autobús se ponía en marcha y se alejaba calle abajo. Comencé a andar y entré en varias tiendas en las que mi madre tenía cosas encargadas o en las que tenía que comprar algo. Dejé para lo último el encargo de un libro, ya que adoraba las librerías y las bibliotecas, y así, a la vez que lo recogía, podría pararme un poco a mirar algunos libros. El lugar del encargo resultó ser una librería pequeña con aspecto acogedor. Al entrar en ella sonó el dulce y agudo titileo de una campanilla.
- ¡Buenos días, señorito! ¿Desea algo? – Me dijo una mujer, de unos cuarenta y pico años, que estaba situada detrás del mostrador.
- Buenos días. Sí, mi madre llamó por teléfono hace un par de días para encargar un libro, y ustedes nos han llamado hoy para decirnos que ya lo tenían…
- ¡Ah, claro! Ya me acuerdo. Un segundo por favor, en unos momentos se lo traigo.
- De acuerdo, muchas gracias.
- Mientras voy a por él puedes sentarte o cotillear algún libro si lo deseas. Siéntete como en tu casa.
- Gracias, eso haré.
Me perdí felizmente entre las estanterías de libros mientras la amable mujer se encaminaba hacia el almacén, pero justo cuando iba a abrir la puerta entró un nuevo cliente y tuvo que dar la vuelta para ir a atenderle. A la vez que lo hacía gritó: “Carol, por favor, ¿puedes venir a ayudarme un momento?”
Una suave voz llegó desde el piso de arriba diciendo: “Claro mamá, ahora mismo bajo.”
Me quedé mirando deseoso de ver a la joven de la que provenía tan melodiosa voz. Al minuto apareció una muchacha de rizos color carbón, andar ágil, figura esbelta y ojos azul grisáceo. Sonreía y tarareaba alguna canción del IPOD que llevaba guardado en el bolsillo derecho de su pantalón vaquero.
- ¿En qué quieres que te ayude mamá?
- Ah, cariño. Es solo un momento. ¿Puedes ir al almacén a coger el libro que nos llegó ayer y que tenemos apartado por la reserva?
- Claro. ¿Solo eso? ¿No necesitas nada más?
- No, cielo, muchas gracias es solo eso.
Se fue al almacén y mientras andaba yo grabé cada uno de sus movimientos en mi memoria. Era como un ángel salido del cielo. No sé cómo no me desmayé.
Tras volver de la trastienda dejó el libro al lado de su madre, en el mostrador, y volvió a subir las escaleras medio bailando.
Me acerqué a su madre, mientras todavía miraba la puerta que se había cerrado tras ella, le pagué el libro y me fui. Creo que me deseó Feliz Navidad al irme pero, la verdad, no me enteré de nada. Estaba como extasiado.
Cuando terminé de hacer todos los recados (cosa que casi hice por inercia propia, ya que no me acuerdo de la gran mayoría) y subí a casa, me encerré en mi habitación. Encendí el ordenador y escribí un relato sobre ella. En los días siguientes me dediqué a intentar dibujarla, pero ninguno de los retratos que hice me parecían la mitad de perfectos que ella.
Tenía que volver a verla. Tenía que hablarla… Pero era casi imposible… De eso estaba seguro.
A la semana me decidí a volver a la librería e intentar hablar con ella. Pero fue imposible, me tiré allí un par de horas, pero ella no estaba.
En los siguientes meses lo seguí intentando, varias veces conseguí verla y hasta alguna vez cruzamos algún “Hola” rápido. Pero ella nunca se fijó en mí, creo que ni siquiera me miró alguna vez detenidamente. Siempre estaba detrás de libros, del mostrador, haciendo cosas o con mil clientes que atender.
Y cuando decidí que debía darme por rendido, me la encontré. No en la librería si no en una calle de su barrio. No me lo podía creer, era la oportunidad perfecta. Observé como miraba el móvil y que tras gritar varios “Mierdas” se ponía a darle con todas sus ganas a una pared. Me eché a reír sin querer, no sabía lo que le pasaba, pero estaba tan graciosa y a la vez tan adorable… Y ella, al escucharme, paró una patada en mitad del aire y me miró detenida y tímidamente. Se puso roja y soltó un “Uau” que no me esperaba para nada. Volví a reír y la sonreí con todas mis fuerzas. Me devolvió la sonrisa y fue entonces cuando me decidí a hablarla e invitarla a salir, cosa que había soñado desde ese pasado invierno….
El resto de esta historia es historia y, además, ya la conocéis, ¿verdad?
A veces los peores días se pueden convertir en todo lo contrario...
Tacones para dar pasos que se oigan. Rizos color carbón que le llegan hasta la cintura ondean con el viento y al ritmo de sus pisadas. Pantalones cortos y una camisa negra.
¿Está enfadada? No lo sabe ni ella. Quizás es solo que Carol se ha levantado hoy con el pie izquierdo y los cables, más que cruzados, enmarañados.
Observa desafiante a todo aquel que se atreve a pasar por su lado y, hasta de vez en cuando, descarga miradas de odio a aquellos que osan quedarse mirándola.
“¿Qué le importará al mundo lo que me pase o me deje de pasar?”, no cesa de pensar enojada, “Es más, a los únicos que les importa es porque son unos cotillas o unos entrometidos.”
Es simple, cuando está con este humor no soporta a la gente, no aguanta ni a su sombra. Todo le da asco y desea hacerlo desaparecer.
Sigue andando con paso decidido. Al levantarse ha decidido ir a hacer unas compras, aunque no le apetece lo más mínimo. Llega al primer destino al que debía ir. Cerrado. “¿Cómo puede estar cerrado si el lunes?” Saca el móvil y mira la hora: las doce menos diez. “¡Tendría que estar abierto, es horario de verano!” Decide abrir el calendario de su móvil para mirar si hay alguna fiesta ese día y no lo había recordado… “¡Mierda, mierda, mierda! ¡Normal que esté cerrado, es domingo! ¡Seré idiota!”
Y, como es imaginable, su malhumor empeora y comienza a dar patadas contra una pared.
A mitad de una de ellas oye una risa cercana. Se para, dejando la pierna en el aire, a mitad de otra patada, y gira rápidamente la cabeza hacia el lugar de donde proviene la carcajada.
Unos ojos verdes y risueños la miran desde detrás de unas gafas de montura negra.
Solo se le ocurre decir “¡Uau!” y de aquella sonrisa tan maravillosa sale una risotada limpia. Tras ello baja a toda prisa la pierna que todavía sostenía en el aire, se pone totalmente recta y enfrente del hombre que tiene delante de ella. Nota como un rubor enorme corre por sus mejillas envolviendo toda su cara con un color rojizo.
Él la sigue mirando tranquila y alegremente como si lo que ella estaba haciendo hasta hacía un momento fuera lo más normal del mundo en una señorita de dieciocho años.
Carol logra sacar un “Hola” a media voz que consigue hacerla poner mucho más roja de lo que estaba antes.
- Hola - responde él - Soy Ángel. Lo que estabas haciendo parecía muy divertido. ¿Me permites hacerte compañía?
- ¿Qué? ¿Perdona? ¿Eso te ha parecido? ¿Divertido?
- Sí, ¿no lo era? La expresión de tu cara por lo menos sí me lo ha parecido…
- ¿Mi cara? Ah… Bueno, más que divertido es… Relajante…
- ¿Puedo probarlo pues? Creo que me hace bastante falta en estos momentos.
- Sí, claro, toda la pared es tuya.
- Muchas gracias, es usted muy amable señorita.- Sonríe de forma pícara y a la vez angelical, y, acto seguido se pone a arrearle fuertes golpes a la pared de cemento. Cuando da por finalizada su pequeña lucha, vuelve a mirar a Carol y le dice- Sí, es realmente relajante… Ahora, ¿te apetece que vayamos a hacer algo divertido los dos juntos? Sin esta pared a ser posible… - Guiña el ojo y la mira expectante.
- Jajajaja. ¡Eres increíble! Me encantaría. Sería todo un placer acompañarte, eso sí, echaré de menos a la pared…
- Me alegro pues. Sí, creo que yo también la echaré de menos… A propósito, ¿cómo te llamas? Todavía no me lo has dicho, ni siquiera te has presentado.
- Carol, soy Carol. –Contesta mientras le ofrece una gran sonrisa radiante. – Y, a decir verdad, me apetece mucho tomar un helado de chocolate… ¿Te apuntas?
- ¿Helado? ¡Claro! Además, ahora mismo nos viene genial a los dos porque entre el calor que hace y el ejercicio que hemos hecho, yo por lo menos, estoy seco.
- Cierto, yo también. ¿Vamos pues?
- Vamos. Iré a dónde tú me digas, a cualquier sitio al que me quieras llevar, todo con tal de estar contigo siempre a partir de ahora...
Amanda
Amanda. Belleza de oro con curvas de infarto. Los tíos suelen decir que tiene una autopista increíble y que las luces azules, que tiene para iluminar el camino, tienen un fulgor sin igual.
Es una de esas chicas que con su falda-cinturón y sus tacones de aguja van barriendo, además de pantalones, corazones.
Un día, paseando con mi prima pequeña, la vimos pasar. Mi enana la miró fijamente atenta a sus andares extremadamente femeninos, y continuó así hasta que se perdió de nuestra vista.
Cuando lo hizo, la pequeña se giró y me dijo seriamente:
- ¿Esa chica tiene una frutería, verdad?
- ¿Quién? ¿Amanda? ¿La que acaba de pasar?
- Sí, esa. ¿Tiene una frutería?
- Jajaja. No que yo sepa. ¿Por qué crees que tiene una?
- Pues porque siempre tiene a muchos chicos a su alrededor… Clientela, como dice mamá.
- ¿Y eso que tiene que ver?
- Jo, ¡hay que explicártelo todo!
- Jajajaja ¡Anda, cuéntame!
- A ver… Es que el otro día, cuando fui a comprar con mamá, me encontré a esa chica con muchos chicos con ella.
- ¿Y…?
- ¡Espera, déjame terminar!
- Vale, vale. Continúa.
- Y oí a algunos de ellos decir algo sobre fresas, plátanos, naranjas y otras frutas… Por eso digo que es frutera.
Lo admito, no pude aguantar la risa y estallé en carcajadas. ¡Cuánta inocencia! ¡Qué poca malicia! Dios, ¡qué envidia, quién pudiera pensar así de todo!
- Sí, cielo, creo que tienes razón. Amanda, seguramente, tiene una frutería.
- ¿Ves como tenía yo razón?
- Sí, cariño, toda la razón del mundo… Anda, vámonos.
Nos fuimos, yo muerta de risa y ella con cara altiva y gesto triunfante.
Eso sí, no pude parar de reír durante un buen rato y aún ahora lo sigo haciendo cada vez que recuerdo este momento.
Amanda. Belleza de oro con curvas de infarto. Desde ese día para mí y todos aquellos a los que les he contado este suceso es: Amanda, la frutera especializada en todas las esquinas de la ciudad.