Me abrazo a Lacito, mi osito de peluche, ese que lleva 17 años a mi lado, con el que he compartido miles de cosas (pensamientos, deseos, sueños, desilusiones, depresiones, alegrías, penas…). Él siempre ha estado ahí.
Sé que estaréis pensando: ¿Y eso qué más da? ¡Solo es un osito de peluche, no tiene vida, ni más importancia que la que puede tener un juguete!
Pues, bueno, estaría de acuerdo si se tratara de cualquier otro peluche, pero no, es de MI Lacito del que estamos hablando. Quizás esto suene a loca total, y no me extrañaría pues estoy segura de que lo estoy, pero para mí él es uno de mis mejores amigos, mi más fiel confidente, mi más leal compañero. Y lo mejor es que siempre ha estado y estará a mi lado.
Bueno, no tenía en mente contaros esto, solo era un pequeño apunte… Así que vuelvo a empezar:
Me abrazo a mi osito de peluche y vuelvo a pensar en el vacío. En el vacío de las olas, en el del las vías, en el del puente… Pero sobretodo en el vacío que hay dentro y fuera de mi piel.
Inestable, mi mundo está inestable. Apunto de caer estrepitosamente. Y no sería la primera ni la última vez.
Siempre he sido la niña sonriente y risueña de los rizos de carbón, esa que aunque estuviese en la miseria (llamando en el silencio de su soledad a una mano amiga que la ayudara a levantarse) corría a socorrer a todo aquel que le pidiera ayuda, al que le contara algo, a aquel que le hiciera sentir IMPORTANTE e INDISPENSABLE aunque solo fuera por un momento.
Muchos han sido los que han pasado por mi lado (podría citarlos a todos porque para mí sí existe un “para siempre” y no los he olvidado), y, tras ayudarles, apoyarles, encubrirles, levantarles, etc. en mil cosas han desaparecido, así sin más, sin que yo les importara mucho más que una hoja granate que cae en otoño de cualquier árbol de esta gran ciudad.
¿Sabes?
Siempre me he aferrado a cada pequeño signo de cariño que las personas me han ido ofreciendo, que para mí significaban un mundo aunque, a veces, para la otra persona no eran NADA. Quizás, para ellos, era como darle un beso al aire.
Me aferro a personas para las que no soy nada, para las que no valgo nada, que se deshacen de mí al menor movimiento y se van. Pero yo sigo enganchada a ellas, enganchada como una estúpida, aunque se vayan haciéndome todo el daño que ha estado en sus manos.
Y, como ya he dicho, para mí existe el “siempre” y, por ello, en cada persona que ha pasado por mi lado he ido dejando trozos de mi alma irrecuperables. Muchos, después de asegurarse de haber dejado una huella en mi corazón, se han ido y se han llevado consigo esos trozos, dejándome con agujeros tremendos, con miles de remiendos inservibles que se rompen en segundos. Y, como tonta que soy, no repatrío esos trozos para intentarlos coser, operar, pegar o remendar… No, se los guardo como regalo por si un día deciden volver. Por si un día, sabiendo cómo soy, vienen con un simple “Lo siento” para que les perdone; porque ellos saben que con solo esas dos palabras yo les perdonaría todo, aunque luego solo se quedaran un rato y se volvieran a ir desgarrando un trozo más grande y sangrante que el anterior.
Saben que por mucho daño que me hagan yo les seguiré teniendo la puerta abierta, con un gran letrero que pone: “Bienvenido, te estaba esperando. Deseaba con todas mis fuerzas que volvieras. Si quieres puedes quedarte para siempre…”
Pero nunca vuelven y cada vez mi alma está más deshecha, más rota, más precariamente marchita.
Y sigo teniendo hueco para todos, para los que se han ido y para los que vienen nuevos. Pero, ¡maldita sea!, duele tanto que me odio muchísimo a mí misma por ser así, por no poder cambiar, por no tener un corazón de acero inoxidable que nadie pueda tocar, destruir, robar, maltratar...
Y lo peor es que no puedo luchar contra su recuerdo, y mucho menos olvidar a estas personas, porque son parte de mí aunque yo no sea parte de ellas.
Lo malo es que ESA es mi vida. Por eso me caigo cada 2x3, por eso es que me derrumbo, aunque casi siempre consiga levantarme… Pero cada vez tengo menos fuerzas para ello. Estoy a un instante de rendirme, de tirar todo por la borda, y dejar que mi vida pase entre lágrimas porque me canso de que nadie me lo agradezca, de que nadie se de cuenta de lo buena actriz que soy, de que bajo esta sonrisa falsa no hay nada, que estoy vacía, apagada, cansada de vivir, de sufrir, de no encontrar nada, nada que me ate al mundo y que me ayude a no decidir soltarme de él de una vez por todas…
Y es que estoy empezando a pensar que a lo mejor la sensación que siempre he tenido de que voy a morir joven no es porque me vaya a pasar algo, si no que yo voy a hacer ese algo. Que quizás moriré por mi propia mano. Porque como todo siga así yo ya no aguanto, ya no puedo más… Y lo peor es que hasta mis sueños lo dicen y lo predicen, y son mi inconsciente, por eso tengo miedo. Sí, tengo un miedo tremendo a mí misma y a lo que sería capaz de hacer por parar este sufrimiento continuo que me asola desde hace demasiado tiempo.
Sin embargo, a la vez, sé que no voy a hacerlo, aunque lo piense y esté casi segura de ello, porque no tengo las fuerzas ni el valor para ello, soy débil y tengo demasiado miedo. Además, a mi pesar, AMO demasiado la vida y quiero vivir, a poder ser, para siempre…