Y, sin saber por qué, tú apareciste de la nada en mi habitación. Estabas congelado y con tus ojos relucientes reclamabas todo ese cariño que yo te había prometido desde el principio. Y, en silencio, te abracé. Te hice hueco entre mis mantas de franella y te arropé con mis brazos.
Fuiste mío, solo mío, durante toda la noche. Te demostré mi amor entre besos y caricias.
La verdad es que tenía bastante miedo. Creí que te asustarías, que te irías para no volver, pero para mi sorpresa, te quedaste allí hasta el amanecer. No te soltaste ni un milímetro de mis brazos, no me rechazaste, no me rehuiste y me entregaste toda la felicidad que siempre había imaginado que tendría a tu lado.
Era tan dichosa. Estaba tan colmada de felicidad que hasta que mis ojos no se abrieron de par en par y se cegaron por la luz del día, no me di cuenta de que todo no era más que otro sueño para recordar, otro para mi cajita de deseos, otro que me hacía desear cada vez menos la realidad y amar más el mundo de Morfeo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario