domingo, 24 de febrero de 2013

Eres lo único que necesito, incluso en el más frío invierno.

Van cogidos de la mano, como siempre. Ella lleva cuatrocientas capas de abrigo, como mínimo, pero aún así no cesa de quejarse a cada instante de lo congelada que está. Él se ríe de los comentarios que hace y la mira con una sonrisa pintada en los ojos. La quiere, la quiere más que a nada y ella lo sabe. Es su princesa y nadie más puede amarla como él lo hace.

- Este es el invierno más frío de toda nuestra vida. - Dice ella, a la vez que intenta disimular un escalofrío que le ha venido de la nada.
- Si tú lo dices… Pero a mí no me parece para tanto.
- Es cierto, ¡lo han dicho hasta en las noticias!
- Ah, bueno, si lo dicen en las noticias habrá que creérselo.
- Bah, ¡déjalo! A veces no se puede hablar contigo.
 No te enfades, boba.
- No estoy enfadada.
- Vale…

Se hacen unos segundos de silencio mientras siguen paseando por el parque, dejando sus huellas marcadas en la nieve a cada paso.

-  Joder, es que estoy congelada... – Se vuelve a hacer el silencio. – Seguro que hace más frío que en el Polo Norte. ¡Los pingüinos se morirían de frío aquí!
- Que exagerada eres, sabes que eso es completamente imposible. –Dice mientras suelta una sonora carcajada. - ¿Quieres mi abrigo?
 No.
 ¿Entonces?
- Quiero que me abraces, estúpido… Jo, si es que tengo que decírtelo todo.
- Anda, ven aquí, tonta.
- Claro, lo haces porque me quejo, no porque salga de ti… - Dice mientras entierra la cara en su pecho y él la rodea con sus brazos.
- No, en realidad, estaba pensando en hacerlo desde hace un buen rato, es más, lo estaba deseando, pero quería que me lo pidieras. Deseaba que me dijeras que, incluso en el frío invierno, soy lo único que necesitas.
 Eres idiota…
 Lo sé, pequeña, lo sé.
- Pero eres mi idiota. – Ambos sonríen y se miran a los ojos. – Te amo más que a nada, deberías saberlo incluso sin que te lo dijera.
- Y yo a ti, pero nunca viene mal escucharlo, aunque sea de vez en cuando.

Cierran los ojos y se besan. Se para el tiempo mientras se funden en un abrazo.
Cuando miran el cielo descubren que ha comenzado a nevar de nuevo. Él se quita el abrigo y se lo pone a su pequeña sobre los hombros. Tras ello, le da un beso en la frente, la coge de la mano y se van juntos a casa, pisando las huellas que habían ido dejando.