No
es que sea una novia obsesiva, o eso creo, la cosa es que te echo de menos.
Te
echo de menos cada vez que mis brazos reclaman abrazarte, cada instante que no
siento tu presencia a mi lado, cada día que pasa lentamente hasta volver a
verte, cada cosa que me recuerda a ti, cada
pensamiento que me pregunta si tú te acordarás de mí la mitad de veces que yo
lo hago, cada lágrima que reclama a gritos ser secada con un beso tuyo, cada
temblor por el frío de mi cama, cada mirada buscando tu sonrisa entre la gente,
cada silencio anhelando tu voz, cada instante que mis manos esperan ser cogidas
por sorpresa por las tuyas mientras ando…
Quizás
soy exagerada o una maldita quejica, pero si de algo estoy segura es de que
cada segundo que pasa deseo que estés a mi lado y que te quiero. Y no miento si
te digo que nunca he querido a alguien así: querer hasta faltar el aire si sé
que te pasa algo, querer hasta doler cuando nos separamos, querer hasta
enfermar si no pudiera ayudarte cuando lo necesites, querer hasta morir si
dejaras de quererme, si intentaras olvidarme o te fueras de mi lado. Querer
hasta límites insospechados.
Bueno,
vale, no confundamos, todos saben que daría la vida por aquellos que amo, que
les concedería mis brazos para ayudarles, que les regalaría mis piernas para
que pudieran seguir andando, que me graparía los labios para que formaran una
sonrisa continua si con ello consiguiera animar sus días malos, que perdería la cabeza
por ayudarles a estar un poco más cuerdos. Sin embargo, por ti nadie sabe las
locuras que sería capaz de hacer, nadie imagina lo que daría por verte sonreír
cada día y saber que yo soy su motivo, nadie entendería el por qué daría mi
corazón por salvar el tuyo.
Nadie.
(A veces, ni yo misma.)