miércoles, 17 de octubre de 2012

Te echo de menos

A veces reflexiono sobre si es mucho pedir ser tu último pensamiento cuando te duermes y me pregunto constantemente si soy egoísta queriendo parar el tiempo todo lo que pueda cuando estoy a tu lado. No puedo dejar de pensar en si pedirle al mundo que me permita escucharte durante cinco minutos más será demasiado.

No es que sea una novia obsesiva, o eso creo, la cosa es que te echo de menos.

Te echo de menos cada vez que mis brazos reclaman abrazarte, cada instante que no siento tu presencia a mi lado, cada día que pasa lentamente hasta volver a verte, cada cosa que me recuerda a ti, cada pensamiento que me pregunta si tú te acordarás de mí la mitad de veces que yo lo hago, cada lágrima que reclama a gritos ser secada con un beso tuyo, cada temblor por el frío de mi cama, cada mirada buscando tu sonrisa entre la gente, cada silencio anhelando tu voz, cada instante que mis manos esperan ser cogidas por sorpresa por las tuyas mientras ando…

Quizás soy exagerada o una maldita quejica, pero si de algo estoy segura es de que cada segundo que pasa deseo que estés a mi lado y que te quiero. Y no miento si te digo que nunca he querido a alguien así: querer hasta faltar el aire si sé que te pasa algo, querer hasta doler cuando nos separamos, querer hasta enfermar si no pudiera ayudarte cuando lo necesites, querer hasta morir si dejaras de quererme, si intentaras olvidarme o te fueras de mi lado. Querer hasta límites insospechados.

Bueno, vale, no confundamos, todos saben que daría la vida por aquellos que amo, que les concedería mis brazos para ayudarles, que les regalaría mis piernas para que pudieran seguir andando, que me graparía los labios para que formaran una sonrisa continua si con ello consiguiera  animar sus días malos, que perdería la cabeza por ayudarles a estar un poco más cuerdos. Sin embargo, por ti nadie sabe las locuras que sería capaz de hacer, nadie imagina lo que daría por verte sonreír cada día y saber que yo soy su motivo, nadie entendería el por qué daría mi corazón por salvar el tuyo. 

Nadie.
(A veces, ni yo misma.)

miércoles, 10 de octubre de 2012

Dicen que...

"Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana."

Eso dicen, sin embargo, estoy segura de que depende completamente del caso. A veces se abre otra puerta distinta, otras una ventana minúscula y, en algunas ocasiones, un gran ventanal. Todo depende del momento, la circunstancia y la persona.

En mi caso, cuando creí que todas las puertas se me habían cerrado y que ya no volvería a entrar nunca luz natural dentro de mi pequeña cavidad torácica (sí, ésa en la que se protege o, por lo menos, se intenta proteger nuestro corazón), llegaron tres ángeles que me abrieron el cielo. Sí, sí, habéis leído bien: 
ME ABRIERON EL CIELO
Llegaron a mi vida, me sonrieron, me desarmaron, rompieron todas mis puertas, quitaron mi techo y me enseñaron el maravilloso azul infinito. 
Sobra decir que me enamoré de él, ¿no?

Durante dos años hicieron de mi vida una dulce melodía llena de risas, de letras, de música, de sonrisas, de llantos, de pequeños detalles que sólo nosotras conocíamos y entendíamos… Es decir, de todo aquello que puedes encontrar en una amistad de verdad, sí, de esas que se cuentan con los dedos de una mano.

Sé que puede sonar egoísta, pero durante este tiempo he deseado una y mil veces que no se aparten de mi lado y que sigan ayudándome a soñar como sólo ellas saben. He rezado porque no me olviden y me dejen quererlas siempre. He pedido a ese cielo azul que, aunque nos separe y casi no nos deje vernos ni hablar tanto como desearíamos, me ayude a recordarlas que siempre estaré aquí. Y cuando digo siempre es SIEMPRE (ya lo sabéis).

Hace un par de días se lo recordé con esto (cover mía de "When you're gonne" de Avril Lavigne), pero necesitaba volvérselo a decir una vez más.


Os quiero pequeñas.