Desde hace ya mucho tiempo Sergio y Carolina se comenzaron a llamar el uno al otro hermano y hermana y, sin darse cuenta, con ello hicieron una promesa silenciosa que, aunque ambos los desearan, era casi imposible de romper.
Sergio es una de las pocas personas que han hecho que Carolina se sienta como una princesa: única, especial e inimitable. Le gusta estar con él, no solo por eso, si no porque puede contarle todo sin sentirse incómoda, se pueden reír a carcajada limpia y pueden ser ellos mismos. Él la cuida, la mima, la hace sentir segura, la defiende la escucha y la dice cosas preciosas. Cosas tan bonitas que le ponen una sonrisa tonta, le dan unas ganas tremendas de comérselo a besos, le hacen sentir dulces escalofríos por la espalda, le hacen derretirse, sentirse terriblemente feliz...
Algunas de las preciosas cosas que le dice siempre, desde el momento en que se conocieron, son: "Eres una estrella y solo con estar un rato contigo me bajas el cielo"; "No quiero que te pase nada, si hace falta que me pase a mí"; "A ti nadie te toca ni te hace daño si estoy yo delante"; "Si nos quedáramos en el mirador a pasar toda la noche no nos aburriríamos en absoluto: tú observarías las vistas y yo miraría tus ojos constantemente"; "De verdad, eres mi estrella, la estrella más brillante del mundo"...
Carolina le demuestra lo mucho que vale, que por lo menos para una persona es sumamente importante, que le quiere muchísimo, que aunque la distancia y el tiempo los separen ella siempre estará cuando él la necesite, que no está solo y que puede contar con ella siempre. Y él se lo agradece, se lo agradece muchísimo porque es lo que más necesita y desea del mundo: que le quieran de verdad. Su vida ha sido muy complicada y que alguien le demuestre todo eso es una sensación increíble...
Cuando está Carolina no importa nada más que su sonrisa y que ella sea feliz. Y si él puede ser la causa, la consecuencia y el dueño de esa sonrisa durante un rato, el mundo no puede ser más maravilloso.
Pero, para desgracia de los dos, ahí está la promesa: "Hermanos". Ambos temen romperla y que todo se vaya al garete, que para el otro no haya más que esa hermandad, que su relación acabe por culpa de lo que realmente sienten por el otro...
Y, así, pasan los años, las visitas, las tardes y días juntos, los momentos especiales, etc. Todo se queda tan solo en un buen recuerdo y en algo que podría haber pasado. Nada más y nada menos. Todos los deseos y lo que habrían hecho, si no estuvieran atados por esa palabra, se queda en su imaginación sin pasar, en ningún momento, al acto. Y, aunque desean dejar de serlo, son y serán eternamente "hermanos".